Como parte de mi viaje a Perú pasé unos días en el medio de la selva. Aislado, sin cobertura, sin wifi, sin agua caliente y sin electricidad más que un par de horas al día.
Me habían dicho que Perú tenía playa, montaña y selva. Así que al organizarlo intenté incluirlo todo. Los dos lugares más típicos para vivir la experiencia de la selva amazónica son Iquitos y la Reserva Nacional de Tambopata, en la provincia de Madre de Dios. Nos decantarnos por esta última, ya que nos encajaba mejor en el itinerario.
La selva no es un lugar que se pueda visitar fácilmente por libre, ya que los alojamientos están al lado de un río por el que no circula ningún tipo de transporte público. Lo que implicaba reservar un alojamiento con transporte y también algunas actividades, ya que caminar sin rumbo por la selva no parecía la mejor opción. Los hoteles allí se llaman “lodge”, que vienen a ser un conjunto de cabañas en medio de la vegetación. Reservamos uno llamado «Ecolucerna Lodge«, a una hora y media en canoa desde la ciudad, cerca ya de la frontera con Brasil.
Tomamos un avión en Lima y en poco más de una hora aterrizamos en un aeropuerto enano en la ciudad de Puerto Maldonado.
Nos recogieron a la salida del aeropuerto y nos llevaron al minúsculo embarcadero, donde esperaban seis viajeros más. En total íbamos a ser únicamente diez personas las que íbamos a convivir esos días.
Durante una hora y media viajamos por el río en esta canoa, hasta que atracamos en una orilla.
Por fin habíamos llegado a nuestro alojamiento, había que acceder por unas escaleras. Cuando es temporada de lluvias el agua llega casi hasta arriba.
El lodge contaba con unas pocas cabañas para dormir y una adicional donde se servía el desayuno, la comida y la cena. Hay que tener en cuenta que en lugar más cercano para hacer cualquier tipo de compra era la ciudad, a una hora y media en canoa, así que todas las comidas estaban incluidas.
Al llegar nos condujeron a nuestra cabaña, hecha de madera, con grandes ventanas cubiertas únicamente por mosquiteras. Nos íbamos a enfrentar a tres días aislados, y con electricidad solo hasta las nueve de la noche. Como estaba totalmente abierta se oían los animales por todos lados: pájaros, monos, insectos… Y hacía calor, muchísimo calor, unos 35 grados de media.
Comimos y nos fuimos a caminar con un guía, que nos fue enseñando el bosque y algunos de sus pobladores: vimos tortugas, arañas peludas, monos, reptiles… Por la noche volvimos al río para dar un paseo en canoa e intentar ver a los caimanes, que a esa hora suelen salir a cazar. Y los vimos, tan cerca que uno casi salta a nuestro bote.
A las nueve de la noche se apagaba el generador y ya solo se podía dormir. Es increíble lo que suena la selva de noche. Se oye todo, parece que los animales están contigo. Y bueno, realmente alguno lo está, ya que pese a que hay mosquiteras por todos lados, siempre se cuela algún que otro animalito en la cabaña. En nuestro caso unos saltamontes casi del tamaño de mi mano, que tuvimos que invitar amablemente a salir…
Al día siguiente visitamos el Lago Sandoval en una canoa pequeñita, remando nosotros mismos. Allí vimos nutrias gigantes pescando y luego devorando los peces a mordiscos.
Por la noche, hicimos una caminata nocturna con un guía y linternas, que vaya miedo que pasé con tanto bicho alrededor. El último día visitamos un santuario de animales, en el que una organización sin ánimo de lucro se encarga de cuidar a los que llegan heridos hasta que están suficientemente bien como para volver a su hábitat. Al finalizar el día volvimos a la ciudad y de ahí a Lima.
Fue una experiencia diferente, auténtica y de esas que se recuerdan siempre. Sin comodidades, sin móviles, sin noticias, sin internet. Solo con la naturaleza alrededor. Si vas a ir a Perú y quieres alguna recomendación ¡escríbeme!