¿A vosotros también os acojona enfrentaros a algo nuevo? ¿Le dais mil vueltas y os hacéis películas con todo lo malo que puede llegar a pasar? Pero cuando ya lo habéis conseguido, miráis atrás, y tampoco os sentís tan orgullosos, ya que, oye, al final no era tan difícil.
Hoy he salido a correr. Llevo cuatro días en Cracovia, intentando llevar mi empresa en España mientras cumplo mi sueño de viajar sin billete de vuelta. El caso es que aun no conozco las rutas y me he perdido un poco. Llevaba seis kilómetros y hacia delante había una montaña grandecita, hacia atrás solo tenía que volver por el mismo camino. En mi cabeza no paraba de oír «ni de coña Richard te metas por ahí, eso no lo subes, te vas a cansar y se te va a hacer de noche, te vas a quedar ahí sólo, seguro que es un camino sin salida, ya verás te van a atracar…».
Al final he seguido hacia adelante, y cuando he llegado arriba me he dado cuenta que no era para tanto. De verdad que no lo era. Era una mini montañita, pero es que desde abajo se veía taaaan grande…
¿Por qué nuestro cerebro esta hecho de esa manera? ¿Y si le escucháramos menos e hiciéramos más esas cosas que nos asustan? La mayoría de las veces, no era para tanto.