Al menos una vez en la vida ponte en las primeras filas de un concierto. Yo lo hice por primera vez en 1996.
Por una de mis revistas favoritas me enteré de que, por fin, mi ídolo, Michael Jackson, pasaba por España con su gira. Tenía la habitación llena de sus posters y su última cinta desgastada de tanto escucharla en el Walkman. Me emocioné, salté, grite y fui corriendo a decirle a mi madre que haría lo que fuera porque me dejaba ir.
El concierto iba a ser el 24 de septiembre en Zaragoza, en el estado de La Romareda. Aún no había internet, así que la única forma de conseguir las entradas era en agencias locales, en mi caso en una tienda de discos de León. No podía desplazarme fácilmente desde mi pueblo, así que el día que salían a la venta llamé cientos de veces hasta que conseguí que me cogieran el teléfono y junto con una amiga hice la reserva.
El día del concierto salimos en autobús super temprano. Llegamos diez horas antes del inicio y muy a mi pesar ya había muchísima gente esperando. Normal, se habían vendido las 45.000 entradas disponibles. Nos pusimos en la cola que nos correspondía y pasamos allí todo el día. Cuando faltaba muy poco para que abrieran las puertas pasó lo inesperado. La persona de seguridad que se encargaba de la que a mí me correspondía la abrió un poquito antes que el resto y yo me puse a correr como si me persiguiera un tigre. Conseguí ponerme en segunda fila, delante de una fan americana que seguía toda la gira y que había dormido en la puerta. Aguante allí apretado como una sardina las dos horas y media que pasaron hasta que se apagaron las luces.
El concierto empezó mostrando un video de Michael viajando en un cohete por el espacio. A lo lejos, se veía un estadio como en el que estábamos. Las luces se volvieron a apagar y de debajo del escenario, surgió un cohete real igual al del video. Todos sabíamos que Michael estaba dentro, pero el cohete estaba cerrado. La puerta se desprendió y salió una persona con una armadura dorada. Todo el estadio gritaba. Dejó pasar unos segundos, que se hicieron larguísimos, hasta que se quitó el casco y permaneció ahí quieto, mirando al infinito, dejando que enloqueciéramos.
Pocas veces en mi vida he sentido tanta emoción, tanta felicidad, tantas ganas de disfrutar, de cantar, de bailar. Pocas veces en mi vida me he sentido más presente, viviendo el momento sin pensar en nada más. A mitad del concierto hubo un pequeño descanso. Mientras todo estaba oscuro Michael salió del foso que había entre el público y el escenario para ir al lugar donde empezaba su siguiente número. Pasó a menos de un metro de mí. Sí, ahora con la edad parece que tiene menos sentido, pero en ese momento en el que le vi tan cerca sentí que era la persona más afortunada del mundo.
Me encanta ir a conciertos. A los que se disfrutan con amigos, desde la parte de atrás, con unas cervezas. Pero sobre todo a los que te ponen los pelos de punta, por los que no te importa esperar diez horas para ponerte en las primeras filas, los que se viven con tanta intensidad que se ganan minutos de vida.
¿Has estado en las primeras filas de un concierto?