Mamá, quiero ser artista

Mi madre no sabía que hacer conmigo. Pobrecita. A sus 55 años y después de haber criado a cuatro niños más, solo le faltaba que el que había venido de rebote le saliera rarito. Y que con 10 años ya quisiera dedicarse a la farándula, en lugar de a jugar con barro, que para eso vivíamos en un pueblo. Y es que yo soy de un pueblo pequeño. Muy pequeño. Velilla de Valderaduey, en la provincia de León, con unos 70 habitantes. Sin tiendas y con solo dos cadenas de televisión, que ni había llegado Telecinco.

Un niño de pueblo

Mi madre me tuvo cuando tenía 45 años. Nací 14 después de mi hermano más cercano. La siguiente me saca 16, el siguiente 18, y el mayor 20. Que mala es la gente que dice que no fui deseado, que nací de casualidad, por un desliz. Mis cuatro hermanos tan ordenaditos, uno cada dos años, y de repente llegué yo a desorganizar todo. Yo suelo decir que vine a alegrarles la vida, ellos no siempre están de acuerdo.

En mi pueblo no había muchas posibilidades de trabajo: básicamente dedicarse a la ganadería o a la agricultura. Si querías otras opciones tenías que irte. Mis cuatro hermanos se fueron a estudiar internos fuera de la provincia cuando acabaron el colegio. Cada uno a un lado. Por lo que nunca conviví con ellos. Tenía cuatro hermanos, pero viví como hijo único en un pueblo enano en el que la mitad de los habitantes eran jubilados. Y en el pueblo solo había cinco niños más con edades similares a la mía, pero ninguno de mi año.

Desde pequeño ya era tan inquieto como ahora. Siempre intentando inventar y descubrir cosas nuevas. Y en el pueblo había poquito qué hacer. Eso no era un problema para la mayoría de los niños, ya que el tiempo se iba en jugar, ir al colegio, y ayudar un poco a los padres en la huerta o con los animales. Pero para mi era un drama.

En mi familia éramos los raros, ya que no teníamos vacas ni tierras. Mi padre era autónomo y tenía un pequeño negocio que distribuía bebidas a los bares de los pueblos de alrededor. Vamos, que teníamos el patio de casa lleno de cajas de cerveza y bajo pedido las llevábamos a los bares cercanos. Poco podía yo ayudar ahí, ya que las cajas pesaban mucho, y yo era bastante enclenque. A veces me iba con él a acompañarle a servir a los pueblos, pero me aburría hasta el infinito. Yo lo que quería era ver a otros niños, hacer actividades nuevas, aprender cosas.

Soñando ser un niño de ciudad

El pueblo se me quedaba pequeño, casi no había amigos con los que jugar, y no me gustaba lo que tenía alrededor, ya que lo tenía totalmente explorado. Así que me pasaba las horas soñando que vivía en una gran ciudad. Veía en la tele series y pelis en las que aparecía Madrid, Londres o Nueva York, llenos de gente, y solo deseaba transportarme hasta allí. En mi cabeza las ciudades estaban llenas de cosas por explorar, de niños con los que jugar y de actividades emocionantes. Recuerdo decirle a mi madre, siendo súper pequeño, que mi mayor deseo era que cayera un rayo en nuestra casa para que se quemara y así el seguro nos diera un piso en la ciudad y así pudiéramos salir del pueblo. Repito, pobrecita.

Voy a ser famoso

Como lo del rayo no se me arreglaba, tuve que hacer un plan alternativo. Si quería salir del pueblo tenía que hacer algo extraordinario, algo por lo que la gente me conociera, y con lo que pudiera ganar tanto dinero como para comprar una casa en la ciudad. Como el futbol no era lo mío decidí que iba a ser cantante. Si conseguía darme a conocer y ser super famoso tendría que mudarme a trabajar a Madrid.

Me veía encima de un escenario, cantando para miles de personas, haciendo giras por el mundo, y saliendo en la tele y en las revistas. Mi plan solo tenía un pequeño problema: que yo cantaba con el culo. Hasta mi madre me lo decía. Realmente ni tenía ni tengo oído, ni ningún sentido del ritmo. Así que decidí buscarme un objetivo más acorde a mis capacidades, y como lo de hablar delante de gente no se me daba mal, empecé a soñar con ser actor.

El colegio

En mi pueblo poco podía actuar, ya que ni siquiera había colegio. Mi cole estaba en Sahagún, un pueblo “grande” de unos 3.000 habitantes a unos 25 kilómetros del mío. Cada día hacía una hora en autobús para ir por la mañana, comía en el cole, y otra hora para volver por la tarde. Tardaba tanto ya que, pese a estar a 25 kilómetros, paraba cada poco a recoger a niños y además teníamos que desviarnos a otros pueblos cercanos.

Desde bien pequeño era el primer voluntario cuando había que preparar la obra del cole. Como no me gustaba jugar al futbol, ensayar para la representación de fin de curso era mi actividad favorita. El colegio era mi vía de escape entre semana, ya que ahí si que había otros niños y cosas por hacer. Pero luego los fines de semana volvía a sentirme bastante solito en mi pueblo pequeño donde no había tiendas, kioskos, ni nada parecido. Así que aprovechaba los recreos del cole para comprar todas las revistas de pre adolescentes que había y soñar con las historias que ahí aparecían. Mi habitación estaba cubierta de posters, como un santuario a esos famosos a los que yo quería emular. Porque lo tenía claro, yo iba a ser famoso, el más famoso del mundo. Los años de colegio pasaron, y yo no paré de hacer teatro ni uno solo.

El instituto

Al terminar el cole empecé el instituto, en el mismo pueblo “grande”, pero ya solo yendo por las mañanas, volviendo mi autobús justo para comer. Ese año mi padre murió de una enfermedad, y me quedé solo con mi madre, a la que solo le pertenecía una pequeña pensión de viudedad. Yo quería hacer muchas cosas y apuntarme a actividades extraescolares para estar más tiempo en el pueblo “grande” que era donde pasaban. Pero esas cosas pasaban por la tarde, y mi madre no tenía coche ni conducía, así que tenía que depender de los padres de una amiga que vivía en el pueblo de al lado, o de mi tío, que vivía en otro pueblo. Mucho lio.

Pese a eso me apunté a teatro por las tardes al taller municipal, e incluso monté yo mi propio taller de teatro. Costaba organizar lo del transporte, pero lo conseguía, y actuar era mi pasión y mi vía de escape. Mientras el instituto pasaba, yo solo tenía en mi cabeza cumplir 18 para poder irme a estudiar fuera. Y tenía todo planeado.

Mi plan de futuro

Tenía claro que en cuanto pudiera salir del pueblo me iba a hacer famoso, ya que Almodóvar u otro director me iban a encontrar por la calle y ofrecerme ser el prota de su próxima película. Lo que pasa es que además de soñador, siempre he sido bastante práctico. Así que por si acaso mi plan no funcionaba, decidí también ir a la universidad.

Desde que entré en el instituto ya sabía que era lo que quería estudiar, lo tenía clarísimo, una carrera relacionada con el mundo del espectáculo por si las cosas salían mal. Comunicación audiovisual era la opción perfecta, ya que me preparaba para estar también detrás de las cámaras. En ese momento la carrera se impartía en pocos sitios, y aunque mi primera opción era Madrid, tuve que decantarme por Bilbao, ya que allí vivía mi hermano y por tanto podía ahorrarme el alojamiento. Prefería la gran ciudad, pero Bilbao tampoco era mala opción. Total, iba a llegar y hacerme rápido famoso, por lo que tendría que mudarme a Madrid que es donde quería estar realmente.

Salir del pueblo

Y por fin llegó mi momento tan ansiado. Acabe el instituto y ya podía salir de ese pueblo que tanto me había ahogado. Ya solo quedaba el trámite de la selectividad. Estudié un montón, pero no se me dio tan bien como pensaba. Y no me dio la nota para entrar en la universidad de Bilbao. Había puesto también la de Madrid como segunda opción, pese a ser más caro vivir allí, pero tampoco me dio la nota…

Horror. ¿Qué estaba pasando con el mundo, que se había empeñado en truncar mis planes? Pensé que lo que pasaba era que mi destino no era estudiar Comunicación Audiovisual por si no conseguía hacerme famoso. Que mi destino era ir directamente a por todas con mi plan de ser actor. Así que me apunté a las pruebas para estudiar la carrera de arte dramático en la RESAD de Madrid.

No sabía cómo iba a conseguir el dinero para vivir allí, pero tenía claro que algo se me ocurriría. Al parecer las pruebas eran duras, pero yo pensaba que con mi vocación y mis ganas las iba a pasar sin problema. Llevaba los últimos 10 años haciendo teatro y se me daba realmente bien. Pueblerino de mí, acabé descubriendo que la gente se las preparaba durante meses con profesores especializados. Eran dificilísimas, y solo entraban unos poquitos de todos los que se presentaban. Y yo no las pasé.

¿Qué hago yo ahora?

Ay ay ay… Me iba a dar algo. Pero ¿qué iba a hacer con mi vida? ¿Iba a acabar en León haciendo una carrera que no quería? ¿Se iban a ir todas mis ilusiones por el desagüe? No podía ser que eso me estuviera pasando a mi. Seguí buscando, alguna opción tenía que haber.

A través de mi otro de mis hermanos descubrí que, en Segovia, donde él vivía con su mujer, había una universidad semiprivada pequeñita, que pertenecía a la Complutense de Madrid, donde se impartía la carrera de publicidad y relaciones públicas. Que no era comunicación audiovisual, pero estaba dentro de la rama de ciencias de la información junto con periodismo, y compartía los primeros tres años. Además, la nota era más baja y si que me daba. La matrícula costaba bastante más que en la pública, pero podía conseguir fácilmente una beca adicional a la del estado. Así que hice la maleta, cogí un autobús, luego un tren y llegué a Segovia para matricularme. ¡Por fin había conseguido salir del pueblo!

Segovia

No había conseguido Madrid, pero estaba en Segovia, una ciudad super bonita con una ventaja importante para mi: estaba solo a una hora y cuarto en autobús de Madrid. No había conseguido comunicación audiovisual, pero publicidad me parecía también una buena opción ya que me empezaba a interesar por el marketing. La idea era hacer allí tres años, y al acabar el primer ciclo pedir el traslado a Madrid. El único requisito para hacerlo era tener aprobados completamente esos tres primeros tres años. E incluso podía cambiarme a comunicación audiovisual fácilmente para el segundo ciclo si lo deseaba.

Empecé a vivir con mi hermano en una urbanización cercana a Segovia, pero el tema del transporte era un rollo y yo quería vivir por mi mismo en la ciudad. Para eso tenía que alquilar una habitación en un piso compartido, pero mi madre no podía permitirse pagar todos mis gastos con su pensión de viudedad, así que no me quedaba otra que trabajar para pagarme el piso. Mi hermano me enchufó en la oficina de un taller de coches de un amigo suyo, y allí que me planté con mis 18 años recién cumplidos a trabajar todas las mañanas.

Mi nueva vida ocupada

¡Menuda nueva vida! Trabajaba de 9 a 2, iba a la universidad de 3 a 8, y tres días a la semana empalmaba con mis clases de teatro de 8.30 hasta las 10.30 de la noche. Vaya comparación con la tranquilidad del pueblo.

La verdad es que no tuve un primer año de carrera típico, lleno de fiesta, locuras universitarias y amigos. Estaba siempre demasiado ocupado. Pero con el dinero que ganaba podía pagarme el piso, mis gastos, y sobre todo los viajes a Madrid para intentar cumplir con mi sueño de ser actor famoso. Madrid estaba a solo una hora y allí se grababan todas las películas, series y anuncios. Lo que pasa es que no podía ir allí a simplemente pasearme esperando que un director me descubriera en la calle y me ofreciera trabajo, así que tuve que trabajar duro para investigar como funcionaba la “industria”.

¿Y cómo se consigue trabajo de actor?

En ese momento internet estaba poco extendido así que no era tan fácil averiguarlo. Pero poco a poco me fui familiarizando con el tema. La forma de conseguir un trabajo como actor era haciendo un casting. Había como tres tipos de casting. Los buenos, que eran para salir en películas de cine. Los medios, para actuar en series de televisión. Y los más malillos, para salir en anuncios publicitarios. Estos tenían poco prestigio, ya que lo que buscaban era en general a “modelos” más que a actores, pero tenían la ventaja de que pagaban bien.

Cuando una productora de cine, una cadena de televisión o una marca necesitaba un actor para una peli, una serie o un anuncio; contactaba con una agencia de actores o de “modelos” publicitarios. Les daban indicaciones sobre lo que necesitaban (por ejemplo: un chico de unos 19 años, rubio, con ojos azules, alto, que sepa esgrima y con experiencia como actor), sobre para qué lo necesitaban (para un anuncio de televisión, por ejemplo) y con qué presupuesto contaban (por ejemplo 1.000€). Estas agencias tenían generalmente varios representantes, y estos eran los que llevaban directamente a los actores. Los representantes llamaban por tanto a los actores que se adecuaban al perfil que les habían pedido, y estos iban a los castings. Si en el casting seleccionaban a uno de sus actores, este se llevaba el trabajo y daba un 20% de lo ingresado a su agencia.

Las agencias y las fotos

Para tener acceso a castings, por tanto, lo primero era apuntarse a una agencia. Y para apuntarse a una agencia se necesitaba material, en general un book de fotos y en ocasiones un video con cosas que habías hecho. Sin buenas fotos y buen material no te comías un colín. Así que tuve que ahorrar para hacerme las fotos en una de las agencias. 20.000 pesetas costaban… Era una barbaridad, pero parecía el primer paso imprescindible para conseguir mi sueño. Una vez tuve mi book, me apunté a la agencia y ya solo tocaba esperar a que me llamaran para hacer castings. Y esperé, pero no me llamaban.

No podía ser: ya no estaba en mi pueblo, ya vivía en una ciudad (aunque no fuera Madrid), ya sabía como funcionaba la profesión, ya estaba apuntado a una agencia… y ahora no me llamaban para castings, y sin castings no podía trabajar.

Como tengo poca paciencia, intenté investigar lo que pasaba, y me di cuenta que había dos tipos de agencias: las que tenían cientos o miles de representados (en la que yo estaba), y las que tenían muy poquitos y más cuidados (representaban a los actores consagrados). Pero cuando no habías trabajado previamente, esto es, cuando no tenías experiencia, solo podías acceder a las primeras y eras solo un número.

Cuando una productora les pedía gente para un casting, no solían acordarse de ti. Ya que normalmente no les dejaban presentar a todas las personas que querían, si no solo a unas pocas. Así que las agencias presentaban a la gente que tenía más experiencia o con las que tenían más afinidad. En definitiva, llamaban los que pensaban que tenían más posibilidades de ser seleccionados en el casting y conseguir el trabajo. Ya que las agencias solo cobraban si su representado conseguía el trabajo y por tanto les daba la comisión. Vamos que, para llamarte desde la agencia, la persona que estaba allí trabajando se tenía que acordar de ti.

Tengo que apuntarme a todas las agencias de Madrid

Como no tenía experiencia para estar en una agencia de las elitistas, y era un número más en la que me había apuntado, decidí una nueva estrategia. Apuntarme a todas las agencias normalitas que había por Madrid, y que no pedían exclusividad. Cuantas más agencias estuviera apuntado, más opciones tendría de que me llamaran.

El problema es que estaba en la universidad y trabajaba por las mañanas en el taller de coches, así que no tenía mucho tiempo para ir a Madrid… Por tanto, al acabar el curso, decidí dejar el trabajo en el taller de coches e irme durante todo el mes de julio con lo que había ahorrado a apuntarme a todas las agencias. Fue una locura, me compré un mapa de Madrid, una guía de teléfonos (recordad que no había internet) y me hice una base de datos de unas 100 agencias, teniendo como objetivo apuntarme a todas. Planifique rutas en el mapa para visitarlas una a una.

El proceso era encontrar la agencia, tener la suerte de que siguiera abierta, ya que en ocasiones la guía de teléfonos tenía información antigua y decir que querías apuntarte. Para eso alguien tenía que atenderte, y en muchas te decían directamente que estaban llenos, que no necesitaban más actores. Hablar después con la persona de la agencia sobre tu experiencia (la mía solo amateur), rellenar un montón de datos y dejarles tu material (las fotos). Cada día solo podía visitar unas 6, así que imaginad la de días que tuve que ocupar en esto. Al acabar julio, me fui a mi pueblo para pasar agosto, ver a mi madre y a mis hermanos y disfrutar de un verano con mis amigos veraneantes.

Segundo de carrera y mi primer casting

En septiembre volví a Segovia para empezar segundo de carrera. Busqué un nuevo piso, seguí con la universidad por las tardes, e intenté aprovechar las mañanas libres para continuar con mi estrategia de viajar a Madrid cada poco para seguir apuntándome a agencias. Y un día… ¡me llamaron para mi primer casting!

Que nervios. Era un casting cutre, para un anuncio de televisión local. En el que ni siquiera tenía que aprenderme ni una frase. Simplemente ir y hacer lo que me dijeran. Me vestí con mi ropa favorita, me peiné hasta que no se me movía un pelo, y me fui para Madrid emocionado. El casting era en el sitio menos glamuroso del mundo, un local donde en la puerta había una chica a la que le dije mi nombre y me dijo que esperara. Había cola. A la hora aproximadamente me llamaron, me pusieron delante de una cámara, me dijeron que dijera mi nombre y mi edad y me despidieron. No duró ni un minuto. Decepcionado, volví a Segovia, sin entender si eso era o no lo normal.

No me seleccionaron, por supuesto. Pero me empezaron a llamar para más castings. Todos eran parecidos, llegar al sitio acordado, esperar y esperar y luego ponerse delante de una cámara. A veces sin nada preparado, y otras con un pequeño papel. A veces simplemente te miraban de arriba abajo y decían “siguiente”, otras se quedaban más tiempo contigo.

De público y figurante

Además de para hacer casting, las agencias me empezaron a llamar directamente para trabajos pequeños, que no necesitaban casting. Lo que se llama comúnmente hacer de bulto en series, o hacer figuración. Mi primera vez fue en “Al salir de clase” y estaba tan emocionado como si fuera a ser el protagonista. ¡Era mi primer rodaje! Pagaban poco, 5.000 pesetas por unas 10 horas de trabajo, y casi todo el tiempo se pasaba esperando a que el equipo pusiera bien las luces y los actores hicieran sus escenas. Ser figurante era ser el apestado de los actores, pero bueno, a mi me permitía estar en un plató, aprender lo que se hacía ahí, y estar cerca de los famosos que tanto admiraba.

Durante ese año viajé a Madrid casi cada semana. Hice cientos de casting, con el consiguiente esfuerzo económico y de tiempo, a veces solo para hacer una cola larguísima y luego estar dos minutos delante de la cámara. También hice decenas de figuraciones más en Al Salir de Clase. Si la reponen algún día, igual me reconocéis por detrás. Igualmente fui de público en múltiples ocasiones al programa Música Si. Pagaban super poco, 2.000 pesetas, que es casi lo que me costaba el viaje. Pero bueno, cobraba por ver a artistas famosos cantar, ¡fue hasta Ricky Martin!.

¡Me han seleccionado!

Un día, por fin, sonó el teléfono y mi agencia me dijo que me habían seleccionado en un casting que había hecho la semana anterior. Casi me da algo de la alegría. Se trataba una campaña publicitaria en televisión nacional, para una cadena de muebles llamada Granfort. El trabajo consistía en ir simplemente en una moto detrás de uno de sus camiones. Todo un día para grabar eso. Poco después me seleccionaron en otro, esta vez como “modelo” fotográfico para la contraportada de un libro de texto de francés. Me hicieron una foto con la boca bien abierta, como comiendo una sopa de letras francesas. La de cosas que me habrán dibujado en la boca…

¡Los viajes a Madrid ya daban resultado! Mi tercer trabajo fue un anuncio para una empresa de coches llamada “Formula Otaisa” en Telemadrid. Me pagaron 30.000 pesetas por un día, que es lo que ganaba en un mes trabajando en el taller de coches.

Y al poco tiempo llegó al fin mi primer trabajo de actor de verdad, en la serie Periodistas de Telecinco. Salía muy poco, haciendo de hermano de uno de los protas, y tenía solo dos frases. Pero tenía hasta camerino.

Estaba feliz, porque poco a poco iba consiguiendo cosas.  En verano fui a Madrid de nuevo, y mi agencia principal, que ya me tenía entre sus favoritos, me puso un representante. Ya no era el último mono a la que una persona de la agencia llamaba cuando se acordaba de mi, ahora tenía dentro de la agencia a un representante de verdad. Y me llamó para el casting de mi vida. Para uno de los protagonistas de una serie nueva que iba a salir después de verano llamada “Nada es para siempre”.

Lo hice y me salió bien, muy bien. Y me llamaron para un segundo. Y me salió bien también. Mi representante me dijo que tenía posibilidades, pero que me dirían algo durante el verano. Me fui al pueblo en agosto, nervioso perdido, esperando la llamada que me iba a cambiar la vida. Pero cuando la llamada llegó, dijo que no me habían seleccionado. Que difícil se me hacía ya lidiar con esa montaña rusa de sentimientos, de pensar que, de un día a otro, podía pasar de ser estudiante a actor profesional. Y que eso solo dependía de que una persona en un casting decidiera apostar por mí.  

Tercero de carrera

Volví a Segovia para empezar tercero. En ese momento ya me podía permitir pagar el piso y mis gastos con lo que ganaba como actor. Seguía haciendo muchos castings, y por suerte me seleccionaban en bastantes. Con bastantes me refiero uno de cada diez o quince aproximadamente. Esto significa que para trabajar un día cobrando tenía que “trabajar” haciendo casting entre diez y quien días. Pese a eso, era un buen ratio respecto a lo que me contaban otros compañeros. Y cada vez que me cogían era en cosas mejores.

Salí en un video interno de Telecinco por el que me pagaron 20.000 pesetas. Poco después en una campaña de publicidad de televisión nacional de Diario 16 donde ya fueron 50.000 pesetas. Era publi, pero al menos bien pagada. Yo quería hacer cosas de actor, pero salían muchas menos. Después de muchos intentos me seleccionaron para hacer un episódico de un día en la serie “A las once en casa”, en la que aparecía con Carmen Maura. Ay como recuerdo cuando estábamos en la mesa donde se ensayaba, y yo no podía parar de temblar, y ella me decía que estuviera tranquilo. Me pagaron 40.000 pesetas por un día. Casi nada.

A principio de año 1999 conseguí mi trabajo mejor pagado hasta el momento, para un anuncio de una tarjeta de crédito joven de caja de Extremadura. Hasta yo flipaba, 100.000 pesetas por un día de trabajo, en el que básicamente tenía que estar caminando por la calle con una chica y decir “así de fácil” mientras mostraba la tarjeta de crédito.

De gira por España

Por esa época hice un casting que si que cambió mi vida, en este caso para hacer teatro. ¡Y me seleccionaron! Se trataba de una empresa que escribía obras de teatro educativas, y que luego presentaba a instituciones públicas, para que estas pusieran el dinero para representarlas. En este caso la obra se llamaba “Otro y yo”, y trataba de un adolescente solitario que iba descubriendo a través de su “otro yo” (un personaje imaginario, que estaba al otro lado de su espejo) que, pese a que en la vida parece que triunfan los malos, la gente buena y ética acaba ganando. Como en el fondo iba de cumplir las normas consiguieron que la Dirección General de Tráfico les contratara cientos de representaciones.

La obra se llevaba haciendo ya dos años, y ahora necesitaban sustituir al actor que lo hacía antes, ya que lo había dejado por que empezaba a tener cierto éxito con otras cosas. Un tal Javier Gutiérrez, que ahora es uno de los actores más consagrados de España… Casi nada. La obra se hacía en gira por España, de lunes a viernes, con dos representaciones diarias por las mañanas. El público eran adolescentes que iban con sus institutos, que ya tenían los días acordados con nuestra empresa. Por tanto, los teatros siempre iban a estar llenos, ya que las entradas no se vendían, estaban pactadas previamente. Yo tendría los findes libres, pero no podría ir a clase más en lo que quedaba de año.

El texto era super largo, así que tuvimos que ensayar muchísimo. Una hora y media de obra y solo éramos dos actores. El 1 de marzo de 1999 estrené en Talavera de la Reina, muerto de los nervios y de la ilusión. A partir de ese momento, que coincidía con el segundo cuatrimestre de tercero de carrera, ya no podría ir a clase. Me recorría toda España durante la semana, y los findes volvía a Segovia. Estaba super contento por haber conseguido dedicarme profesionalmente a ser actor, pero me costaba mucho seguir con la carrera. Menos mal que mi mejor amiga Eva me dejaba los apuntes y conseguí aprobar el curso. Como durante el verano, no se representaba la obra de teatro, dejé Segovia y me fui al pueblo a descansar.

A vivir a Madrid a hacer cuarto de carrera

Al haber aprobado ya los tres primeros cursos completos, pedí el traslado a Madrid para  acabar la carrera en la Complutense. Hice todos los trámites y en septiembre, por fin me mudé. Decidí no cambiarme a comunicación audiovisual, ya que publicidad cada vez me gustaba más, y sobre todo me empezaba a atraer el mundo del marketing, de las empresas y del emprendimiento.

Empecé cuarto, y casi a la vez volví de nuevo a la gira de Otro y yo. Por si no fuera poco, cuando tenía alguna semana libre, seguía haciendo casting. Me cogieron en uno en el que superé mi record al ganar 150.000 pesetas por un día de trabajo en un anuncio de Pizza World en el que llevaba una pizza a casa de un ciego.

Por un lado estaba feliz, ya que había cumplido mi sueño de vivir en Madrid y de conseguir vivir de mi profesión de actor. Por otro, me estaba costando un poco eso ser “famoso”. Estaba siempre agotado de compaginar la gira, la universidad y los castings. Y me iba dando cuenta que ser actor era muy bonito, pero que la profesión era un poco caca, porque como actor se decidía más bien poco, y por que suponía estar buscando trabajo continuamente. Quizá no los actores super consagrados, pero el resto tenía que estar todo el tiempo haciendo castings, con la incertidumbre constante de no saber si el próximo mes se iba a tener trabajo.

Y eso que yo seguía teniendo bastante suerte. Conseguí un personaje episódico, grabando varios capítulos haciendo de chico pijo en la serie Aladina. Tenía hasta nombre y todo, Ramonchu, y mi propio camerino.

Recuerdo el sentimiento raro de subidón que me daba cuando me recogía el coche de la productora, me llevaban a maquillaje y a peluquería, y luego comía con los actores famosos como si fuera uno más. Y al día siguiente el sentimiento de bajón al hacer de nuevo horas de cola en un casting para un anuncio en el que nada más entrar el director de casting te miraba de arriba abajo, y sin dejarte decir una palabra decía “que pase el siguiente”.

Un pueblo de Andalucía

Seguía con la gira, en el mejor momento de mi carrera como actor, y en mi cabeza se iba haciendo cada vez más grande ese sentimiento de tristeza. Con lo que había luchado por eso, y ahora no estaba feliz. Estaba cansado de estar cada día en un sitio de España, pasando las tardes solo en una habitación de hotel, en vez de estar en Madrid con mis amigos. Estaba harto de hacer cada día la misma representación, que ya llevaba 250 veces. Y no me apetecía seguir esperando en colas para castings. Eso de ser actor, no era lo que yo había pensado. Mientras actuaba, era super bonito, pero el 90% de la profesión no era actuar si no esperar a que otros te dijeran lo que tenías que hacer. Y yo cada vez me daba más cuenta que a mí me gustaba decidir, que no quería pasarme la vida esperando a que otros decidieran por mí.

Una tarde, cuando me desperté de la siesta en un hotel de un pueblo de Andalucía, decidí dejar la gira, volver a Madrid y dedicarme en exclusiva a acabar la carrera universitaria. Cada vez me gustaba más el marketing, y pensaba que mi vida iba a ir por ahí. Sin haber cumplido del todo mi sueño, decidí abandonarlo. Acabé cuarto, y después empecé quinto con el objetivo de estar más tranquilo, de estudiar, de salir y de disfrutar de la simple vida universitaria. Acabé la carrera y todo pasó demasiado rápido.

El chico de marketing

Nada más terminar mi hermana me dijo que en la empresa en la que trabajaba, Grupo Siro, una empresa de alimentación con sede en Palencia, buscaban a una persona para cubrir una baja por enfermedad de tres meses, en el departamento que se encargaba de gestionar las marcas blancas de las galletas que la empresa hacía para Carrefour o Mercadona.

Durante la carrera me había ido dando cuenta que no me gustaba el mundo audiovisual, ni el periodismo ni la publicidad. Que yo lo que quería era hacer marketing. Había llegado a la conclusión de que el marketing era quién movía las empresas, quien identificaba las necesidades de los clientes, y quien las intentaba satisfacer a base de productos o servicios. Y que después los daban a conocer a través de estas acciones publicitarias, de relaciones públicas o audiovisuales. Vamos, desde mi punto de vista, los que manejaban el cotarro, los que dirigían a los otros. Y a mí me gustaba mucho decidir, mucho más que seguir lo que otros habían dicho.

Lo que me ofrecían no era marketing, pero digamos que se podía parecer un poco. Empecé un mes en Palencia aprendiendo, y después me mandaron a la sede de Madrid. Me encargaba de gestionar el diseño del packaging junto con los clientes, asegurando que estuvieran bien las medidas, que teníamos todos los textos legales, que se iban a pedir los materiales (las cajas y los plásticos de las galletas) a tiempo para producir…

El caso es que se me dio bien, y cuando volvió la persona que estaba de baja me propusieron quedarme de assistant en el departamento de trade marketing. Al poco tiempo me ascendieron a product manager, y allí que me quedé. Pasando del artisteo a ser un tío serio, un joven ejecutivo con camisa super planchada y zapatos brillantes. El trabajo me encantaba, pero estaba demasiado constreñido por mí mismo, haciendo el papel de «ejecutivo serio de marketing» que había visto en las películas, en lugar de siendo yo mismo. Todo el tiempo intentando actuar como yo pensaba que se esperaba de mí, en lugar de simplemente haciendo lo que creía que era mejor. Por eso no estaba del todo cómodo. Y al no estar del todo bien, mi cabeza me confundía y me llevaba a mi etapa anterior. Y a medida que pasaba el tiempo, me daba cuenta que la espinita de actor no había salido del todo.

Operación Triunfo

En esa época surgió un programa de televisión que lo petaba: operación triunfo. Yo lo veía cada semana porque me sentía super identificado. Un programa de gente normal que luchaba por su sueño. Lo mejor para seguir revolviéndome, oye. Tenía mi trabajo chulo de marketing, pero el programa me recordaba continuamente mi viejo sueño de ser famoso.

OT tenía tanto éxito, que decidieron hacer un canal 24 horas del programa. Un día anunciaron que estaban buscando un presentador para ese canal, y que para ello iban a hacer un casting multitudinario por España. Como había 16 triunfitos, iban a seleccionar a 16 posibles presentadores y los iban a llevar a la casa de OT para elegir a los dos ganadores. Y yo tomé una de las decisiones más estúpidas y a la vez más divertidas de mi vida. Presentarme.

Me presenté al primer casting, y lo pasé. Me presenté al segundo y lo pasé. El tercero ya era el último antes de elegir a los 16 finalistas, y lo pasé también. Ahora ya solo quedaba el cuarto, durante dos días, en la casa de Operación Triunfo en Barcelona, conviviendo con Rosa, Chenoa, Bisbal… Tenía que decir en mi empresa que me iba a Barcelona, y que probablemente iba a dejar de trabajar si me seleccionaban, ya que el casting iba a salir en la tele. Vaya panorama, el nuevo product manager super serio y profesional, al que acababan de subir el sueldo, iba a participar en un casting y si le cogían dejaba el marketing y se iba de la empresa para presentar un concurso de televisión. Sin ningún sentido ¿verdad?.

El último casting fue divertidísimo. En el bus de ida conocía a Antonio, otro de los finalistas, y que luego se convertiría en socio de mi primera empresa, pero esa es otra historia que contaré algún día. El casting fue una de las mejores experiencias de mi vida, disfruté muchísimo. Estábamos en la casa de OT y nos iban llamando uno a uno para pasar al plató donde entrevistábamos a los famosos, y así veían como nos desenvolvíamos. A mí me tocó entrevistar a Bisbal y a Bustamente.

Lo televisaron todo y luego pusieron teléfonos para que el público votara quién quería que ganara. Volvimos a Madrid y yo en la empresa dije que si me iba o no dependía de las votaciones.

Fueron días raros, de muchos nervios, hasta que dijeron a quien habían seleccionado. Yo me debatía entre seguir mi carrera de marketing que me gustaba, y entre volver al mundo del espectáculo por la puerta grande, aunque sabía que tampoco era lo que quería del todo. Si me seleccionaban tendría un año muy divertido con trabajo e iba a ser «famoso», pero me iba a limitar a decir en la tele lo que otros habían decidido que dijera. Y sabía que eso me iba a cansar en breve.

Al final no me escogieron. Así que me quedé en la empresa y decidí que esa iba a ser mi última experiencia como artista. Y que iba a trabajar duro para subir en la empresa y algún día ser director de marketing.

Desde entonces he estado alguna vez en talleres de teatro amateur, pero nunca he vuelto a trabajar profesionalmente como actor.

Unir los puntos

Todo lo que hemos hecho nos hace crecer como personas. Ya lo decía Steve Jobs en su famoso discurso en Stanford en el que que hablaba de unir los puntos. De como haber hecho clases de caligrafía le sirvió para diseñar el primer ordenador Macintosh. De como echarle de su propia empresa le sirvió para poner patas arriba su cabeza, y le liberó para entrar en uno de los periodos más creativos de su vida creando NeXT. Y de como Apple la compró y esto le permitió regresar de nuevo, y crear Pixar que se convertiría en el estudio de animación más exitoso de la historia.

Para mi ser actor ha sido una de las experiencias que más me han aportando en la vida. Me sirve cada día para comunicarme mejor con las personas que trabajan en la empresa, para hacer presentaciones cuando tengo que vender mis servicios, para dar charlas e intentar emocionar a los asistentes. Cada vez que me toca hablar, ensayo, como si de una obra de teatro se tratara, y cuando estoy contando las cosas pienso que estoy en un escenario, con sus focos y todo. En esos momentos me olvido del mundo, y entro en un estado de flow que me encanta. Ese que Mihaly Csikszentmihalyi relata en su libro “Fluir”.  Y vuelvo, por un momento, a ser ese niño de pueblo lleno de sueños.

Antes, cuando hacía una entrevista de trabajo, o cuando profesionalmente me preguntaban por el pasado, me daba vergüenza decir que había sido actor. Me parecía algo menor y frívolo, algo que no tenía que ver con mi carrera actual. Pero ahora siempre lo digo orgulloso, tanto eso como que trabajé en un taller de coches, fui teleoperador, camarero en Londres o dependiente en mi tienda de ropa. Todo lo que hacemos nos aporta. Quien le iba a decir a mi madre que eso de ser artista me iba a servir para algo. ¡Un beso mamá!

2 opiniones en “Mamá, quiero ser artista”

  1. Qué chulo (y largo), Ricardiedad.
    Creo que lo sabía todo, pero me ha gustado leerlo. Oye, ¿no decidiste dejar de ser actor en Mallorca? Creo que me has contado que fue en Mallorca, no en Andalucía.
    Tb sería bueno expecificar que yo ya no estaba en la gira y por eso perdiste interés :●b
    Escribes muy bien y es fácil leerte.

  2. WOW Richard!! Me has. dejado boquiabierta!! Aunque, siendo sincera, no me descuadra nada todo lo que cuentas. En definitiva eres una persona que ha ido luchando por lo que creía en cada momento que era su lugar, que supo ir tomando decisiones y cambiándolas cuando algo no encajaba. ENHORABUENA!!

    Todo lo que hemos hecho en nuestra vida nos ha traído a donde estamos ahora. Y por supuesto, todo nos permite unir puntos. Cuantos más puntos seamos capaces de ver, de vivir, más conexiones podremos hacer…

    Deseando conocerte en persona, y tener una larga conversación contigo.

    Saludos
    Regina

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *