Hace tres años me rompí un brazo subido a una atracción de feria en un pueblo de Cuenca. Eran las dos de la mañana y estaba un poco borrachillo después de estar todo el día de fiesta. Tenía 38 años.
Nos subimos diez amigos a la vez. Entre risas empezó la canción esa de “en una tribu comanche, hau hau hau”. La atracción se empezó a mover, mi amigo se apoyó en mi brazo a la vez que el toro hacía un movimiento brusco, y se oyó un crack que resonó dentro de mi cabeza y aun no he podido olvidar. Qué daño. Me puse a gritar, el torito paró, bajé y me senté en la acera rodeado de mis amigos y gritando con el brazo retorcido.
Mi amigo Fer me acompañó al hospital de Cuenca, que está a unos 65 km, esperé en urgencias, confirmaron que me había roto el hueso y me escayolaron. Eran las 5 de la mañana cuando nos soltaron, pero no teníamos coche. Estaba agotado así que nos recorrimos varios hoteles de Cuenca intentando que nos dejaran dormir, pero en todos nos decían que no había sitio. Así que cogimos un taxi, pagamos 90 euros, y volvimos a dormir al pueblo donde estaban el resto de mis amigos.
Era la primera vez que me rompía algo. Y como soy bastante dramas lo pasé fatal. La escayola me apretaba, el brazo me picaba, no podía dormir bien, y no poder hacer cosas me frustraba un montón. Cuando me la quitaron necesité dos meses de rehabilitación y ya como nuevo.
Mi madre y yo, que no solemos estar de acuerdo en estas cosas, llegamos a la misma conclusión. Que si no hubiera estado allí subido haciendo el tonto con 38 años no me hubiera pasado eso. Pero ella, que tiene 85 años y me quiere mucho, me lo decía por mi seguridad. Yo en cambio pienso que no me habría roto el brazo, pero tampoco habría pasado un día genial con amigos riéndome y jugando como cuando era pequeño. Estar en casa hubiera sido más seguro, pero menos divertido. No sólo no me arrepiento de haber estado allí, si no que me siento tontamente orgulloso de haberme roto mi primer hueso a los 38 subido en un torito mecánico una noche en un pueblo de Cuenca.
Cuando hacemos cosas, nos equivocamos, nos caemos, la liamos. Pero eso no debe hacer que dejemos de hacerlas. El miedo no puede paralizarnos, la seguridad no puede impedir que avancemos. Porque cuando las hacemos también acertamos, crecemos, nos divertimos y vivimos más. Y las cicatrices de lo que sale mal no dejan de ser aprendizajes. No dejemos de salir al barro por no mancharnos las zapatillas.
Que la vida nos pille fuera, probando cosas, y no en el sofá viendo la tele. Prefiero llegar a viejo con el cuerpo lleno cicatrices de haber vivido, que con el cuerpo intacto por habérmela pasado super seguro en casa.
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