Momentos

Hay momentos que lo cambian todo, y aunque no lo sepas, van a definir tu historia. A mí me llegan sin esperarlo. Después de meses dando vueltas a algo, de repente, un boom en mi cabeza hace que todo cuadre. Que todas las piezas del puzzle encajen a la perfección.

Uno de esos momentos es cuando por fin me doy cuenta que algo no funciona. Cuando la intranquilidad y la ansiedad se colocan y digo “ahora entiendo lo que pasa”. Las causas se ordenan en mi cerebro y llego a la conclusión que el camino que estoy recorriendo no me va a llevar a donde quiero. Y que, por tanto, tengo que dejar de intentarlo, tengo que decir basta. Porque una cosa es tener resiliencia en lo que crees firmemente, y otra es luchar contra viento y marea en algo que te encantaría que funcione, pero no va.

En esos momentos toca cambiar el rumbo y dejar de convencernos a nosotros mismos de que podemos arreglarlo. Tenemos que actuar. Porque aguantar por aguantar manteniendo el coma, es solo dar cuidados paliativos a nuestro ego y alargar el sufrimiento. Aun así, dejar de lado lo que venimos haciendo y empezar algo nuevo es muy difícil. Decidir acabar con eso en lo que hemos puesto todo nuestro esfuerzo, todas nuestras ganas, cuesta. Porque soltar nos conduce a lo desconocido, al abismo. Nos hace enfrentarnos con nuestra autoestima, asumir que lo que estábamos haciendo no nos hacía realmente felices, que no facturaba, que no era rentable.

Me pasó antes de montar Rudo. Llevaba año y medio trabajando en mi startup Sclusib. Horas y horas de trabajo sin cobrar, gente en el equipo a la que había convencido de dejarlo todo para emprender, inversores que habían puesto su dinero… Pero no iba, no funcionaba. Por mucho que le dábamos todas las vueltas del mundo no monetizábamos. Desde fuera estaba claro que había que dejarlo, pero desde dentro me costaba la vida tomar la decisión. Hasta que llegó ese momento en el que todo se aclaró en mi mente y decidí pivotar por completo. Teníamos que dejar nuestra startup y aprovechar el equipo para empezar a hacer apps para otros.

Aunque hubiera tenido que cerrar en ese momento, no me atreví y lo dejé en stand by mientras empezábamos con el nuevo proyecto. Como cuando sustituyes algo viejo de casa a lo que tienes mucho cariño, pero no lo tiras, lo guardas por si acaso. Tuvieron que pasar tres meses con los dos negocios conviviendo hasta que centramos todos nuestros esfuerzos en Rudo. Lo tendría que haber hecho antes y con menos drama, pero salió así.

Al final fue un acierto, ya que si hubiéramos alargado nuestra motivación se habría ido al garete y ahora no tendríamos Rudo. Pero oye también podría haber salido mal. No siempre que se apuesta se gana. A veces lo nuevo es mejor, otras veces es peor, pero aprendes, y otras es peor y ni siquiera aprendes… Pasa en las startups, en los puestos de trabajo, en las relaciones…


Me gusta estar atento a esos momentos. Eso no significa que me rinda a la mínima de cambio, y que empiece una cosa cada día, ni mucho menos. Hay que tener clara la diferencia entre un mal día en el que las cosas salen mal y lo quieres dejar todo, y entre ese momento reflexivo en el que lo ves todo claro y toca actuar.

¿Tú también tienes estos momentos?

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