He vuelto, que ganas tenía. Al mismo sitio que hace tres años me hizo cambiar la perspectiva y darme cuenta de lo que para mí es el lujo: poder pasar unas semanas combinando trabajo y vacaciones en el paraíso de los teletrabajadores. No me juzguéis por la foto, es que era el sitio perfecto para un poco de postureo 💁♂️.
Cuando vendí mi empresa Rudo pensaba que se me iba a acabar por completo lo de dirigir en remoto desde el otro lado del mundo, aunque solo fuera unos días. Pero no ha sido así, en Lãberit no me han puesto ningún problema por venir y eso me hace muy feliz.
Hace ya diez días que aterricé en Tailandia, y después de otro avión a Ko Samui y un barco de una hora llegué a la isla de Koh Phangan. Super conocida por sus fiestas multitudinarias mensuales, las famosas “full moon party”, pero mucho menos por su ambiente hippie, sus playas espectaculares y su tranquilidad suprema. La fama desmerece el resto de la isla, de hecho, mi sitio favorito está alejado de la playa donde se hace esa fiesta.
Es un pueblecito llamado Srithanu, antes de pescadores y ahora tomado por los hipsters, lleno de centros de yoga y meditación, de restaurantes cuquis, y de puestos de fruta fresca. Aquí se hacen los mejores smoothies del mundo por menos de un euro y medio (el de mango y fruta de la pasión es maravilloso). Su playa se llena cada atardecer con gente de los alrededores con tambores y guitarras en un ambiente genial.
Vivo y teletrabajo desde Beachub, un coworking en el que además hay ocho pequeños bungalows enfrente del mar. Son super simples, poco más que una cama grande, una estantería y una hamaca, pero vaya hamaca 🥰. De lujo tienen poco, de hecho, dormir aquí cuesta 42 euros al día por cabaña, por lo que, si vienes dos personas sale por 21 euros, e incluye acceso al coworking. Pero para mí es el mayor lujo del mundo despertarme desde aquí.
El coworking está un poco dejado, cada mesa es de una manera y ni a una sola de las sillas le funcionan bien las rudas. Pero se puede trabajar frente al mar y hay internet a 300 megas. No hay restaurante, pero a 3 minutos en moto hay un montón en los que puedes comerte un pad thai delicioso, un panang curry picante o una ensalada de papaya fresquita por menos de 3 euros.
Creo que soy muy afortunado por poder vivir algo así. Un lujo, que, aunque sé que no está al alcance de todos, es relativamente asequible y a mí me da la vida. Y yo personalmente lo prefiero a tener un BMW o un adosado. Por eso intento cada día al levantarme agradecer el poder vivir esta experiencia.
Estar aquí me hace reflexionar que no solo yo soy afortunado. Lo somos casi todos los que trabajamos en el mundo tecnológico, en el que los sueldos y las condiciones son superiores a otros sectores. Y a veces no nos damos acordamos. También lo somos por haber nacido en la parte del mundo en la que lo hemos hecho, por no tener una guerra al lado, o por tener buena salud. Estar en esta isla me hace ser más consciente de lo afortunado que soy y de todo lo que debo agradecer.
Aun me quedan unos días alucinantes de trabajo, concentración y relax. Recomiendo a cualquier persona que pueda teletrabajar que planifique al menos una vez en la vida una o dos semanas por aquí. La mente se abre y surgen esas cosas chulas que el día a día no deja salir 😁.
Vivi en tu cabaña antes de que se hiciera el cooworking, cuando eran todas de madera, incluso el suelo, y el cooworking era un restaurante. Que recuerdos… 🙂 Mi intención es volver para hacer exactamente lo que estás comentando en este post espero que este verano. Único lugar donde me he sentido en paz y libre. Mi querida Koh Phangan, mi isla mágica. Pero justo en esa zoa. Donde siempre me alojo cuando voy y que considero mi segundo hogar 🙂