Por fin tengo el borrador. 109.843 palabras. 184 páginas de Word. Y detrás cuatro meses dedicándole al menos dos horas diarias, fines de semana incluidos.
El proceso empezó el 23 de agosto cuando anuncié que iba a escribir un libro que saldría el 12 de marzo, coincidiendo con mi 45 cumpleaños. Ha costado, pero la fecha sigue en pie. Leí mucho sobre el tema, pregunté a amigos que ya habían publicado y valoré formarme a través de distintos cursos online. Pero conocía mis debilidades. Los infoproductos me duermen y soy muy poco constante si no tengo alguien que me de caña. Así que decidí decantarme por un servicio más individualizado, buscando un editor profesional. Iba a ser un proyecto que iba a hacer una vez en la vida, por lo que no me importaba asumir una inversión si eso hacía que saliera adelante.
Mi amigo Richard Gracia, autor de El Método Rico, me dijo que estaba trabajando con una editora y que le estaba yendo muy bien. Me pasó el teléfono y la llamé. Charlamos durante una hora, nos caímos bien, y en medio de la conversación me dijo que era de León, ¡como yo! Patricia vivía en un pueblecito cercano a la capital y eso nos hizo conectar. Quedé en aprovechar una de las visitas a mi pueblo para quedar con ella.
Nos encontramos en Astorga, un ciudad cercana a León donde hacen los mejores hojaldres con miel del mundo. Nos sentamos en un café en su imponente plaza y estuvimos más de tres horas hablando. Conectamos, así que decidí contratar sus servicios. Primero el de coaching semanal, y después el de corrección y edición del texto.
Mi primera tarea era preparar el esquema del libro. Se trataba de elaborar un índice detallado con cada uno de los puntos sobre los que quería escribir, haciendo que estos tuvieran el sentido que le quería dar al libro, con su inicio, su nudo y su desenlace. Esta parte es la que va a dirigir y facilitar todo lo demás, y hay que pensarla mucho. Además, como yo tenía ya mucho escrito en el blog, debía releerlo todo para decidir si había partes que encajaban dentro de ese índice y por tanto no tenía que escribir de nuevo. Tardé unas cuarenta horas en hacerlo.
Salieron doce capítulos, y dentro de cada uno de ellos entre cuatro y catorce subcapítulos. Haciendo un total de unos cien a completar. Una acabado vez el índice fui rellenando los que ya tenía del blog, unos cuarenta. Y terminé usando un método tipo semáforo en el que ponía en rojo los subcapítulos que debía escribir de cero, en amarillo los que estaban escritos del blog, pero debía repasar y encajar en la trama, y en verde los que estaban ya ok para corregir.
Pasé mi esquema a Patricia, y juntos hicimos un plan de trabajo. El manuscrito debía estar terminado el 31 de diciembre, así que nos quedaban dieciséis semanas. Cada semana debía escribir cinco de los nuevos, y corregir y poner en verde dos de los amarillos.
El proceso de escritura ha sido largo, solitario, e intenso. Los expertos recomiendan escribir todos los días, sin volver a lo ya escrito para repasarlo o corregirlo hasta el final. Y eso he hecho. Al principio me resultaba muy complicado concentrarme. Decía que iba a escribir, pero me ponía a mirar el móvil, a repasar el mail o a mirar ropa en alguna tienda online. Al final se había pasado una hora y no había escrito ni una palabra. Poco a poco fui encontrando mi lugar. En el sofá, en la posición de la foto. Teniendo claro que si en algún momento escribo otro debo sentarme en una silla o me quedaré sin espalda. Me ponía música clásica de piano, el Word en modo concentración y el móvil en silencio. Y le decía a Siri que me avisara en una hora. Y lo he repetido cada día, al volver de trabajar. Dedicando algunos sábados y domingos entre cuatro y ocho horas por día.
El libro cuenta como he montado mis cuatro empresas, y contarlo suponía revivirlo en mi mente. No solo relatando lo que había hecho, si no rememorando lo que sentía. Pasaba de narrar momentos de euforia a otros de soledad, de la alegría a la impotencia, de la incertidumbre a la tristeza. Y de una forma u otra, mientras los recordaba, los revivía. Pasando cada tarde por una montaña rusa difícil de explicar que me dejaba exhausto.
Los jueves antes de las doce de la noche mandaba mi progreso semanal a Patricia. El viernes a las diez de la mañana nos reuníamos para comentarlo, en una especia de sesión de psicología que me llenaba de motivación y me desbloqueaba, y antes del lunes tenía un informe con sus comentarios.
Durante estos meses he estado hablando con autores que ya han publicado y que me han motivado a seguir. Entre ellos Fabián Villena. Un amigo me dijo que tenía que conocerle y me hizo una introducción a través de mail. Primero hablamos por videollamada, y más tarde quedamos en un pueblo valenciano donde los padres de su mujer tienen un restaurante. Sin pedir nada a cambio, con una generosidad impresionante, me contó su experiencia, me invitó a un arroz con bogavante que casi pierdo el sentido, y me regaló su libro. Todo un chute de inspiración.
Hace quince días, justo antes de navidad, acabé la primera versión del borrador. Me di una semana para poner un poco de distancia, y desde año nuevo lo he releído todo y hecho bastantes correcciones. Y ya tengo el borrador final. Acabo de mandarlo a Patricia para que lo edite, y haga la corrección orto tipográfica y de estilo. Tardará unas tres semanas, en las que podré descansar un poco. Me va a resultar raro estar sin escribir cada día. Lo tendré a principios de febrero, y ahí ya solo me quedará maquetarlo y subirlo a Amazon. Bueno, a no ser que algún editor famoso se interese… Roger Domingo, ¿hablamos?